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Manifiesto en defensa de la filosofía en la enseñanza

Cierto es que la filosofía siempre ha sido una materia excéntrica cuyo significado y utilidades para los distintos gobiernos han variado de forma notable, pero hoy parece evidente que para los dos grandes partidos ese crédito se ha agotado. Y eso porque la filosofía se presenta siempre como organizada en tradiciones y sistemas —no siempre compatibles— y las exigencias del presente abocan a cualquier disciplina a organizarse como una especialidad: complicado para quienes investigan lo que dice el militar, lo mismo que el orfebre o el médico y los oponen entre sí. Doblemente difícil cuando hoy interesa más construir identidades que espacios sin obstáculos para una discusión abierta y serena que neutralice en su mismo ejercicio las tradiciones y las filiaciones: el sentido común. Es cierto que a los gobiernos les interesa una opinión pública manipulable, voluble, que pueda entender el «OTAN, de entrada, no» y, además, que somos un baluarte de la defensa de Occidente. Pero también es cierto que, independientemente de los deseos, el propio político necesita establecer la diferencia entre ciencia y tecnología, entre hombre y varón, entre gaseosa y Casera.

La publicación del proyecto de real decreto por el que se establece la ordenación y las enseñanzas mínimas de la Educación Secundaria Obligatoria, dependiente a su vez de la conocida como ley Celaá de Educación (LOMLOE [1]), ha suscitado la viva oposición de muchos sectores sociales, principalmente educativos, y la proliferación de comunicados y manifiestos. Todo en favor de una disciplina que sale dañada de este nuevo trance que es un paso más en un proceso antiguo: primero se enfrentó la filosofía a la religión y hoy se hace a la economía o, más bien, a una caricatura de la misma (Formación y Orientación Personal y Profesional). La propia filosofía en la ESO se quiere convertir en un catecismo o en una doctrina (Educación en Valores Cívicos y Éticos), cosa que nunca ha sido. La Ética no es «ciudadanía» o «educación en valores», no es transversal. En el libro de Ética y en la ética misma como disciplina, se articulan reflexiones críticas sobre la ciudadanía y los valores. Los hombres —varones y mujeres— como sujetos con una serie de derechos somos ciudadanos y, en ese sentido, vale lo mismo tanto para regímenes no democráticos como para sociedades democráticas. ¿Qué diferencia hay entonces? Los sistemas democráticos son críticos con las leyes, las cuestionan y trabajan para mejorarlas.

La filosofía no enseña a pensar, porque todos lo hacemos y en todos los ámbitos. Pero sí es un tipo de saber, crítico y radical. Crítico porque compara unos saberes con otros, unos argumentos con otros, y la única fuerza que acepta es la de la verdad, aunque sea histórica y no definitiva como quisieron muchos antes. Y radical porque, ya se sabe, busca la raíz: de las palabras y de los problemas. Y, desde luego, la filosofía es un saber de la democracia —aunque pueda ser asesinada por ella— pues, cuando no se ejerce en este espacio se convierte en discurso legitimador.

Si no somos capaces de soportar que se pongan en cuestión nuestros presupuestos de forma sistemática y reposada, si no podemos renunciar a ser hijos e hijas de nuestros padres —valga la metáfora por ser capaces de poner la tradición heredada en suspenso— para ser ciudadanos y ciudadanas, la filosofía perderá pie social. La filosofía no es buena, ni dulce, ni rosa —ni mala, salada o azul— es un índice de la calidad del aire civil. Por todo ello, pedimos se reconsidere su remoción de la enseñanza secundaria obligatoria y se contemple su promoción en el bachillerato.

En Oviedo, 15 de diciembre de 2021.


[1] Ley Orgánica 3/2020, de 29 de diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación.

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