Descripción
En la primera década del pasado siglo ocurren, en el seno de una ciencia física por entonces orgullosamente consolidada, dos revoluciones de signo muy diferente pero complementarias y coincidentes en un punto: la impugnación del infinito de la comunicación instantánea (primera relatividad), y la del infinito de la continuidad ilimitada (física cuántica). Con esta transformación, todavía en curso, cesa una cosmovisión «clásica» y se inicia una nueva era intelectual, la de una cosmovisión ampliada.
En paralelo con lo iniciado en las ciencias naturales, y por las mismas fechas, tiene lugar en la filosofía una revolución por la que la filosofía clásica, de dominancia eidética (dominación del infinito) se hace filosofía fenomenológica, de dominancia intencional (análisis de correlaciones finitas entre operaciones y síntesis).
Ahora sabemos que esta ampliación, la atención cuidadosa a un fenómeno, que ya no es sólo la antesala de una esencia, es, paradójicamente, un «retroceso» a un plano explicativo previo, «pluripotente», por utilizar un calificativo de lo que, parejamente, está sucediendo en la biología actual.
En este libro, frente a los análisis clásicos de los niveles de la scala naturæ, con lo humano como culminación natural, se ensaya un análisis de los niveles «correspondientes» de una escala fenomenológica que arranca de lo humano como realidad dada. Ideas fundamentales tales como las de subjetividad, temporalidad, espacialidad, significatividad o afectividad, quedan afectadas por esta nivelación intencional.
En especial, se denuncia la subordinación de la vida intencional a las estructuras eidéticas, e incluso la supuesta continuidad entre ambas instancias, que conduciría al ahogamiento de la primera por la segunda, como planteó insuficientemente Husserl en su último libro, la Krisis. Ahora sabemos que son dos instancias de origen fenomenológico diferenciado. Quedan así al descubierto las raíces filosóficas del verdadero tema de nuestro tiempo, la explotación del capital humano (intencionalidad) por el capital especulativo (eidética), y la razón de fondo por la que la economía (sin política) es una ciencia lúgubre, es decir, literalmente, «que produce dolor».