El fin de la educación. Ensayo de una filosofía materialista de la educación

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Pablo Huerga gestiona con gran habilidad la contradicción entre Educación y Estado: “No hay estado moderno que no tenga en su haber un saldo abundante de víctimas de represiones políticas contra las instituciones educativas. En las sociedades políticas la educación no cumple necesariamente con el fin de la conservación del ‘buen orden’, aunque lo busque en sus programas, lo que no deja de ser una paradoja” (p. 23). Esta contradicción se arrastra por todo el texto bajo diversas formas, y quizá sea la cuestión que resulta menos trasparente a la incisiva mirada crítica del autor. Si bien es cierto que el trabajo de Huerga detecta las diferentes morfologías del problema que plantea la globalización como “modelo civilizatorio” al aplicarse a la educación, no extrae, a mi juicio, todas las potenciales conclusiones que su hipótesis pone en juego. La falta de un análisis de la reproducción, del papel que la educación juega en la cuestión de la reproducción es, quizá, la única cuestión de relevancia que, personalmente, hecho en falta en este trabajo. Se puede disculpar esta falta leve si entendemos la extensión del texto (no llega a doscientas páginas) y su propia nomenclatura de ensayo. Pero sorprende más, quizá, por la capacidad exhibida por Huerga para exponer un catálogo de cuestiones fundamentales, y su análisis minucioso, que el autor pase por alto la temática, clásica para el análisis marxista y sociológico de la educación, de la reproducción ideológica. Un ejemplo de esta capacidad para inventariar los problemas centrales, de la gran perspicacia de Huerga para conquistar puntos de vista privilegiados y terrenos de gran valor gnoseológico, es su magistral exposición de las relaciones entre sujeto, sociedad y educación en la globalización: “El fin de la educación significaría el fin de la libertad y de la sociedad de personas. Pero también, a la inversa, si la formación de la persona a través de la educación sólo es posible en el medio envolvente de las sociedades políticas, de los estados, la disolución de los estados que promueve la globalización pone en peligro precisamente la existencia de la propia educación pública tal como aquí se ha definido, y de la persona, como un fruto genuino” (p. 29). La educación en la globalización ha de pensarse como parte de este programa de reconfiguración de la totalidad social bajo la hegemonía indisputada del capitalismo. Por tanto, cuando Huerga se plantea la cuestión de la persona, lo que se pone de manifiesto es lo impersonal del proceso globalizador. La globalización no esta sujeta a la escala humana, subjetiva, individual, estatal o nacional. Se mueve con parámetros diferentes a los que las sociedades políticas articulan sus sistemas educativos locales. Hasta ahora el choque frontal, el “choque de civilizaciones” de Huntington (1993), que dotaba al argumento de Fukuyama de un horizonte de posibilidad, no se ha producido. Hemos asistido a las confrontaciones periféricas, a los “daños colaterales”, del proceso de globalización en marcha. La cuestión, una vez más, es ¿cómo evolucionará la globalización y cuáles serán sus implicaciones para el desarrollo de las sociedades políticas nacionales?
En el actual contexto, en las sociedades líquidas, la educación se convierte en una mercancía cuya producción está sometida a las necesidades sistemáticas que se derivan del proceso, irreversible, de globalización. Interrogarse por el sistema educativo, por sus funciones y efectos sobre la sociedad, es preguntar por el papel de la educación, como capital cultural, en el modo de producción que la globalización impone: “En todo caso, lo que actualmente se discute en el debate entre enseñanza pública privada o estatal no es la libertad, sino la cuestión de las condiciones de posibilidad de esa libertad. Decir que la enseñanza privada garantiza la libertad es una afirmación absurda, y sólo tiene sentido para las élites y los aspirantes a formar parte de la élite” (p. 69). Efectivamente, lo que realmente esta en juego en el actual debate sobre el carácter público —y universal— de la enseñanza es la propia estructura de las sociedades capitalistas en su fase post‐industrial. No es suficiente asumir “la necesidad de un cambio de modelo productivo” si no se extraen todas las consecuencias que eso conlleva –en primer lugar, en el sistema educativo público. Asistimos a un momento histórico en el que el “conocimiento” se ha convertido en una fuerza productiva estratégica para la supervivencia del capital, potencialmente accesible para las masas orteguianas pero efectivamente (o funcionalmente) monopolizado por las élites. Lo que la educación supone en esta confrontación entre masa y élite, entre trabajo y capital, es la lucha de clases por el conocimiento social, por el control y gestión del general intellect y sus potencias políticas.
En la globalización la batalla de la educación no es un combate por el derecho moderno ilustrado de acceso a la enseñanza, sino por control del conocimiento como fuerza productiva y su gestión como medio de producción. Huerga ha sido valiente al abrir el campo de la educación, ese territorio inundado de discursos idealistas y seudoteóricos, a “un análisis filosófico materialista de la educación, para, desde él, reconstruir en los términos de la teoría resultante, el problema de la globalización y su papel en la propia educación” (p. 13).
Ciertamente el problema es complejo, pero mientras el análisis se enfoque hacia dentro de la escuela y no hacia fuera, hacía el cambio social derivado de la globalización, sólo tendremos respuestas izquierdistas a preguntas trampa. Los “problemas” del sistema educativo son un reflejo de las contradicciones sociales que estructuran el tejido escolar. La escuela es un espacio de amplificación del conflicto, no un agente productor del mismo.

Francisco Gil

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Descripción

Existen diferentes motivos para celebrar el significado social y político que tiene la aparición de este trabajo de Pablo Huerga. La serie de acontecimientos relacionados con la educación, a escala global, que lo preceden; desde los disturbios de diciembre en Grecia a los de Barcelona en marzo, pasando por los de París, México, Buenos Aires, etc., trazan el esbozo del nuevo escenario en el que se está desarrollando el conflicto entre educación y globalización. Una razón añadida para la lectura de este texto es su interés como material para la reflexión rigurosa y sistemática de la problemática latente previa al estallido social de la contradicción. El acierto de los editores al aprovechar la coyuntura de revolución y/o reforma en la que la educación pública se ha instalado, mundialmente, es innegable. El momento de publicación resulta más apropiado en el caso español dada la perspectiva que presenta el próximo curso: un curso, 2009/2010, que viene marcado por la mayor reforma del sistema de acceso a la docencia (el sistema de concurso‐oposición en diversos cuerpos) del periodo democrático, y que contiene una serie de novedades que incluye la aparición de la obligatoriedad de realizar un master público‐privado para la habilitación del futuro profesorado —lo que tendrá importantes repercusiones en nuestro sistema educativo. La importancia del texto aumenta, aún más, cuando la apuesta por esta temática —tan escasamente representada en las editoriales de tendencia crítica y con un catálogo de títulos muy extenso en otras materias igualmente marginales— corre de parte de una pequeña editorial de recursos limitados y localización periférica como Eikasía. En este contexto, un trabajo de las características de El fin de la educación adquiere una proyección de mayor trascendencia social y significación política. El fin de la educación supone el tercer trabajo largo de Pablo Huerga Melcón y presenta un exhaustivo inventario de los elementos problemáticos que contiene la globalización realmente existente en su relación con los sistemas de educación pública estatales vigentes. Huerga ha realizado un minucioso análisis de arqueología educativa que parte de la filosofía materialista de la historia para trazar este ensayo de una filosofía materialista de la educación. Con una profunda reconstrucción de la genealogía de la materialización de la idea de educación, desde la época clásica hasta la actual globalización capitalista, Huerga traza el mapa de la cuestión con una precisión poco habitual en este tipo de trabajos. El eje central de esta cartografía del conflicto entre globalización y educación se dibuja sobre la persistente licuación del Estado a la que la globalización está sometiendo a las sociedades políticas. El resultado final es lo que Huerga piensa en términos de interconexión entre globalización forzosa y acelerada del capital y liquidación por inanición de los Estados‐nación. Este ensayo no trata, afortunadamente, de si el objetivo de la ideología subterránea de la globalización es privatizar y/o subcontratar (concertar) la red pública educativa, ese fenómeno ya es un hecho —consensuado a diversos niveles con las diferentes Administraciones (véase el paradigmático caso de Madrid y sus variantes nacionalistas)— sino de pensar cómo se formaliza este cambio sistémico de la tradicional red pública a la educación diferenciada, a esa educación personalizada configurada en función de la renta de cada cliente del sector educacional. En este aspecto, la capacidad de síntesis de Huerga es ejemplificante: “Los nuevos ideales, la nueva ideología, la nebulosa ideológica del consumo empieza a impregnar el sistema educativo en los países más desarrollados. Todos los gobiernos, también el español, aprovechando su legitimidad hegemónica heredada, comienzan a insertar un discurso autoliquidador, que alimenta la noción de sujeto flotante, sujeto consumidor, y que centra la formación del individuo en la capacidad de elección, y en la educación como consumidor responsable. Este es el núcleo del programa europeo de Educación para la ciudadanía que se propuso a todos los países, y que estos han ido integrando en los nuevos sistemas educativos” (pp. 166‐167).
Probablemente existe un colaboracionismo silencioso, oculto bajo diversas manifestaciones de cinismo, escepticismo o falsa buena conciencia de todos los agentes implicados en esta rápida entrada del sistema educativo en su fase de reconversión productiva. Esta cooperación necesaria, generalizada, en las políticas de desmantelación del sistema educativo público se debe más a una coincidencia puntual de intereses heterogéneos que a una conciencia ideológica. Huerga plantea seriamente la cuestión en los siguientes términos: “Las nebulosas ideológicas envolventes nunca han sido tan férreamente coherentes como para evitar en quien las acepta o las ‘vive’ un mínimo distanciamiento crítico y, por ello mismo, un cierto grado de ‘complicidad’ —podríamos decirlo así— con su estado” (p. 11).

Información adicional

Autor

Pablo Huerga Melcón, premio extraordinario de licenciatura y doctor en Filosofía por la Universidad de Oviedo

ISBN

978 84 95369 39 0