Descripción
Existen diferentes motivos para celebrar el significado social y político que tiene la aparición de este trabajo de Pablo Huerga. La serie de acontecimientos relacionados con la educación, a escala global, que lo preceden; desde los disturbios de diciembre en Grecia a los de Barcelona en marzo, pasando por los de París, México, Buenos Aires, etc., trazan el esbozo del nuevo escenario en el que se está desarrollando el conflicto entre educación y globalización. Una razón añadida para la lectura de este texto es su interés como material para la reflexión rigurosa y sistemática de la problemática latente previa al estallido social de la contradicción. El acierto de los editores al aprovechar la coyuntura de revolución y/o reforma en la que la educación pública se ha instalado, mundialmente, es innegable. El momento de publicación resulta más apropiado en el caso español dada la perspectiva que presenta el próximo curso: un curso, 2009/2010, que viene marcado por la mayor reforma del sistema de acceso a la docencia (el sistema de concurso‐oposición en diversos cuerpos) del periodo democrático, y que contiene una serie de novedades que incluye la aparición de la obligatoriedad de realizar un master público‐privado para la habilitación del futuro profesorado —lo que tendrá importantes repercusiones en nuestro sistema educativo. La importancia del texto aumenta, aún más, cuando la apuesta por esta temática —tan escasamente representada en las editoriales de tendencia crítica y con un catálogo de títulos muy extenso en otras materias igualmente marginales— corre de parte de una pequeña editorial de recursos limitados y localización periférica como Eikasía. En este contexto, un trabajo de las características de El fin de la educación adquiere una proyección de mayor trascendencia social y significación política. El fin de la educación supone el tercer trabajo largo de Pablo Huerga Melcón y presenta un exhaustivo inventario de los elementos problemáticos que contiene la globalización realmente existente en su relación con los sistemas de educación pública estatales vigentes. Huerga ha realizado un minucioso análisis de arqueología educativa que parte de la filosofía materialista de la historia para trazar este ensayo de una filosofía materialista de la educación. Con una profunda reconstrucción de la genealogía de la materialización de la idea de educación, desde la época clásica hasta la actual globalización capitalista, Huerga traza el mapa de la cuestión con una precisión poco habitual en este tipo de trabajos. El eje central de esta cartografía del conflicto entre globalización y educación se dibuja sobre la persistente licuación del Estado a la que la globalización está sometiendo a las sociedades políticas. El resultado final es lo que Huerga piensa en términos de interconexión entre globalización forzosa y acelerada del capital y liquidación por inanición de los Estados‐nación. Este ensayo no trata, afortunadamente, de si el objetivo de la ideología subterránea de la globalización es privatizar y/o subcontratar (concertar) la red pública educativa, ese fenómeno ya es un hecho —consensuado a diversos niveles con las diferentes Administraciones (véase el paradigmático caso de Madrid y sus variantes nacionalistas)— sino de pensar cómo se formaliza este cambio sistémico de la tradicional red pública a la educación diferenciada, a esa educación personalizada configurada en función de la renta de cada cliente del sector educacional. En este aspecto, la capacidad de síntesis de Huerga es ejemplificante: “Los nuevos ideales, la nueva ideología, la nebulosa ideológica del consumo empieza a impregnar el sistema educativo en los países más desarrollados. Todos los gobiernos, también el español, aprovechando su legitimidad hegemónica heredada, comienzan a insertar un discurso autoliquidador, que alimenta la noción de sujeto flotante, sujeto consumidor, y que centra la formación del individuo en la capacidad de elección, y en la educación como consumidor responsable. Este es el núcleo del programa europeo de Educación para la ciudadanía que se propuso a todos los países, y que estos han ido integrando en los nuevos sistemas educativos” (pp. 166‐167).
Probablemente existe un colaboracionismo silencioso, oculto bajo diversas manifestaciones de cinismo, escepticismo o falsa buena conciencia de todos los agentes implicados en esta rápida entrada del sistema educativo en su fase de reconversión productiva. Esta cooperación necesaria, generalizada, en las políticas de desmantelación del sistema educativo público se debe más a una coincidencia puntual de intereses heterogéneos que a una conciencia ideológica. Huerga plantea seriamente la cuestión en los siguientes términos: “Las nebulosas ideológicas envolventes nunca han sido tan férreamente coherentes como para evitar en quien las acepta o las ‘vive’ un mínimo distanciamiento crítico y, por ello mismo, un cierto grado de ‘complicidad’ —podríamos decirlo así— con su estado” (p. 11).